domingo, julio 13, 2008

Barcelona ciudad

Barcelona ya no existe. Para el que viene de fuera, a pasar pocos días, seguramente Barcelona es una ciudad agradable y hasta bonita, en la que la oferta cultural y de ocio es bastante interesante. La brisa mediterránea aún permanece. Pero para el que ha vivido en Barcelona toda la vida, la ciudad ha perdido sus esencias y carácter. Ha dejado de existir. A nadie, en un sano juicio, se la ocurrirá ir a tomar una cerveza al casco antiguo o, simplemente, pasear por las Ramblas. El modelo de depredación turística, instigado por todas las administraciones, ha dejado Barcelona en manos de los guiris de garrafa. Todo esto es archiconocido y ha sido ampliamente difundido en los últimos tiempos.

Más interesante es la evolución de la ciudad en los últimos veinticinco años, y, en concreto, lo que se decía en la época, hasta llegar al actual desenlace. Félix de Azúa disparó primero, con un famoso artículo, Barcelona es el Titanic:

“El caso es que Barcelona está yéndose a pique. Que sus noches son cada vez más breves, y una tristeza de perdedores de Liga se va amparando en las Ramblas. Que esa insoportable ñoñería que los forasteros llaman seny, y que es un defecto de las capas más prehistóricas de la burguesía catalana, está acabando con la ironía, que es la única virtud del pueblo catalán que ha dado muestras de verdadero talento: la ironía es lo vivificante de Pla, de Foix, de Carner, de Brossa, de Ferrater, y corto por no ponerme pesado.
Dentro de poco esta ciudad parecerá un colegio de monjas, regentado por un seminarista con libreta de hule y cuadratín de madera, a menos de que las capas más vivas de la ciudad salgan de su estupefacción. Jaime Gil, en un célebre poema, habla de "estos chavas nacidos en el Sur" despreciados por sus patronos. "Que la ciudad les pertenezca un día", grita bíblicamente, con un gesto de horror hacia la patronal que él tan bien conoce. Pero la astucia de los poderosos nos está devolviendo la misa de doce en Pompeya, el paseo por la Diagonal, el verano en S'Agaró y la esquiva mirada de un proletariado tiznado de hollín espiritual."


(FELIX DE AZUA 14/05/1982)


Pero, en aquella época, había gente de una generación más joven que la de Azúa que aún se lo pasaba bien. Monzó dedicó buena parte de sus artículos de las primera mitad de los 80 a reivindicar la ciudad. Poco a poco, se fue haciendo más escéptico:

“Barcelona es una ciudad que no se gusta. Querría ser no se sabe bien cómo: de otra manera; no sabe de cuál exactamente, pero nunca cómo es. A este asco de ser como es contribuyen diversas cosas. Por una parte: el sentido autocrítico de los barceloneses, que no baja nunca la guardia, a diferencia de lo que pasa en muchas otras ciudades. Por otra: hace tiempo que Barcelona no es líder en nada. Durante el franquismo, los que estaban interesados, montaron tenderete para vender la idea de que Barcelona era la ciudad líder de aquello que llamaban la “lucha antifranquista”. Muerto el perro, lo que menos les interesa es que Barcelona sea la ciudad líder de ningún tipo de lucha, porque muchos de ellos son ahora los nuevos perros. Barcelona, entonces –dicen-, ya no es líder de nada. Y para proclamarlo a los vientos que sea, los niñatos de Calvo-Sotelo dan a luz aquella teoría que hace de Barcelona un Titanic. Teoría que, como era fácilmente previsible, ha pasado de moda. Y en menos años de los que hacen que una moda se pase con dignidad. El Titanic de Barcelona se ha pasado de moda más rápido que el escubidú, los pósters del Che Guevara, las camisas hawaianas, las canciones de Juan & Júnior, el Segon Congrès de la Llengua, los libros de Marcusse, Humphrey Bogart o la expresión “demasié”. Hasta tal punto se ha pasado de moda decir que Barcelona se hunde que hay optimistas que –con la misma falta de pruebas con la que antes proclamaban el naufragio- ahora proclaman que Barcelona pasa por un gran momento.
(…)
Y el milagro es que muchos de los que ahora proclaman que Barcelona es una maravilla son los mismos que hace cuatro años decían que no se podía vivir en ella, de aburrida como era. Se han convencido que no son el Titanic simplemente porque puede practicar el nuevo deporte nacional, que consiste en ir de bar moderno en bar moderno, con la misma perseverancia con la que hace años iban de tascas, después fueron a…”.


(QUIM MONZÓ, 1986; traducido del catalán).




Y esto es lo que dice Monzó seis años después: “Que nadie lo dude: enseguida que desaparezca el orgasmo del 92, Barcelona pasará nuevamente a interrogarse (día y noche) sobre su condición existencial, astral y nacional, sobre lo divino y lo humano, sobre si ha valido la pena convertirse en una de las ciudades más caras de Europa y sobre si, tal vez (para pagar vete a saber qué pecado original) los barceloneses deberíamos de escupirnos en la cara, cada mañana, ante el espejo.”


(QUIM MONZÓ, agosto 1992; traducido del catalán).




Un resumen de lo cultural, hasta llegar a donde ahora nos encontramos, nos lo da Guillem Martínez:

“(…) A finales de los 70’s BCN vivía un pitote cultural. El modelo cultural franquista se había agotado –es decir, el antifranquista; el modelo franquista no podía agotarse porque nunca existió; consistió en evitar la existencia de otro modelo-. Aún no estaba dibujado el modelo democrático vigente. En ese despelote, ciertas tendencias radicales, contraculturales y provocativas, que buscaban en la cultura una regeneración moral del franquismo y una liberación a gogó, campaban a sus anchas por la ciudad. Aunque le cueste creerlo, ese pitote no era cosa de la Gene, L’Ajuntament o/y la Gauche Divine, o el Ministerio de Cultura –esa invención de 1978, y que hoy parece la cosa más natural del mundo-, sino de todo lo contrario. Estaba protagonizado personas con apellidos de guía telefónica, de extracción y hábitos poco burgueses. Eran libertarios. O por ahí.
(…)
...la nueva estructura de la cultura que ahora disfrutamos. Una estructura en la que los intelectuales no se separan mucho de los partidos, instituciones o empresas que les dan trabajo. Una cultura en la que la individualidad y la independencia –salirse, vamos, de la Cultura de la Transi- está penalizada. Una cultura en la que la existencia y, también, el do de pecho del escritor pasa por estar haciendo el mono hoy, día de Sant Jordi, firmando libros, en Las Ramblas. Unas Ramblas y unos libros en los que no queda ningún hombre desnudo. O han muerto. O llevan corbata y trabajan en la COPE o en lo más parecido, que igual es todo lo contrario. Guau. Hoy estoy apocalíptico.."


(GUILLEM MARTÍNEZ, abril 24, 2005)


Y esta es la banda sonora de tot plegat: